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Gestionar las emociones - Gestion de las emociones

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AUTOCONTROL
El autocontrol es la "competencia emocional" que nos permite gestionar las
emociones y sentimientos y decidir cómo expresarlos. No es necesario
manifestar todas las emociones pero tampoco es necesario esconderlas o
negarlas.
Las personas emocionalmente inteligentes expresan los sentimientos que
son importantes y manejan de manera positiva aquellas emociones que no
pueden exteriorizar. Demuestran autocontrol a nivel equilibrado y
apropiado por lo que los demás se consideran dispuestos a compartir ideas y
abiertos a escuchar, las relaciones son menos conflictivos y en general más
agradables.
Las personas dotadas de esta competencia:
- Gobiernan adecuadamente sus sentimientos impulsivos y las
emociones conflictivas.
- Se mantienen equilibrados, positivos e impasibles aun en
los momentos más críticos.
- Piensan con claridad y permanecen concentrados a pesar
de las presiones.
Las personas que poseen un alto autocontrol sobre sus emociones saben
gestionarlas, muestran las positivas y eliminan o al menos moderan las de
carácter negativo.
Somos lo que pensamos y si aprendemos a controlar nuestros pensamientos
también así podremos controlar nuestras emociones.
Las emociones se pueden definir como una reacción física a un pensamiento.
Si no tuviéramos cerebro no sentiríamos, de hecho se ha comprobado que
algunas lesiones en el cerebro no se siente ni el dolor físico.
Hay muchas ideas irracionales o pensamientos distorsionados en nuestra
sociedad que impiden el autocontrol emocional:
− Falta de autovaloración
Es común que, como mucha gente en esta sociedad, se haya crecido
con la idea de que está mal amarse a sí mismo, que eso es egoísmo.
Pero el amor a los demás está relacionado con el amor que nos
tenemos a nosotros mismos. No se puede hacer felices a los demás si
no nos sentimos felices con nosotros mismos.
Hay que destruir los pensamientos irracionales de que se tiene un solo
concepto de sí mismo y que éste es positivo o negativo siempre. Todos
disponemos de determinadas fortalezas y debilidades y siempre se
pueden modificar determinados comportamientos.
− Falta de aceptación del cuerpo
Hay que tener siempre presente que no existe un único modelo de
belleza y aprender a convivir con las propias imperfecciones físicas.
Las partes que desaprueban y no se pueden cambiar pueden ser vistas
con una óptica diferente. No se tiene porqué aceptar la definición de
la sociedad respecto a la belleza.
− Dependencia psicológica
Lo racional es ser independiente psicológicamente, viviendo y
escogiendo los comportamientos que elijan y deseen.
Depender de alguien psicológicamente, significa que esa relación no
implica una elección, sino que es un vínculo en el cual la persona
dependiente se sienten obligada a hacer o ser algo que no que
realmente no se desea.
La independencia psicológica implica no necesitar a los demás, cada
uno es responsable de sus propias emociones y las demás personas de
las suyas.
− Vivir en el pasado o en el futuro
El único tiempo que existe es el presente ya que el pasado pasó y el
futuro está aún por venir. .
Solamente existe un momento en el que podemos experimentar algo y
ese momento es ahora. Lamentablemente se pierde mucho tiempo en
recordar el pasado y pensar en el futuro. Es muy importante vivir el
presente, el ahora. El pasado ya no existe; por supuesto puede
aportarnos mucho en cuanto a vivencias y experiencias, pero ya pasó.
El futuro esta pro venir; nada sabemos de él, se puede imaginar y
planear, pero no detenernos en él, ya que aun no ha llegado.
− Necesidad de aprobación
A todos nos gusta recibir la aprobación de los demás, no es malo en sí
mismo pero se convierte en patológico cuando es una necesidad en
lugar de un deseo.
Es imposible lograr la aprobación de todas las personas en todas las
ocasiones. Además, aunque parezca extraño, cuanto más se busca
aprobación, menos se la encuentra.
− Perfeccionismo
Lo óptimo es enemigo de lo bueno. Resulta encomiable la búsqueda de
la excelencia pero hay que ser realista, es imposible hacerlo todo
perfectamente.
Está bien intentar hacer las cosas lo mejor posible, pero hay que
saber valorar la mayor o importancia de cada tarea que se emprende
porque si a todas se les otorga igual relevancia, es posible que se
pierda demasiado tiempo y esfuerzo en perfeccionar cosas que en sí
mismas no van a ningún lado. La ansiedad que se produce al plantearse
hacer todo a la perfección, los lleva muchas veces a hacerlas peor, ya
que esta presión impide pensar con claridad.
Puede haber ocasiones en las que según las exigencias propias no se
haya logrado el éxito. Pero este fracaso puede ser productivo, puede
servir de incentivo al trabajo y a la investigación. Lo importante es no
equiparar el acto, al valor de cada uno como persona. Se trata sólo de
no haber logrado el éxito en esa tarea y no al valor de la persona.
− Culpabilidad
Las emociones más inútiles son la culpabilidad por lo que se ha hecho y
la preocupación por lo que se podría hacer. La culpabilidad no es solo
una preocupación por el pasado, es la inmovilización del momento
presente.
Aprender de las propias equivocaciones es sano y necesario para el
crecimiento personal.
La culpabilidad es un sentimiento es irracional no solo porque nos hace
sentir molestos y deprimidos, sino que es inútil porque aunque se
dedique el resto de la vida a sentirse culpable nunca se logrará
borrar lo sucedido. Por lo tanto, es mejor dedicar el tiempo a hacer
algo más constructivo como puede ser cambiar la actitud respecto a
las cosas que nos producen sentimientos de culpa.
− Suerte
Creer en la suerte o el destino, es sentarse a esperar que las cosas
pasen sin hacer nada para lograrlo, sin luchar por lo que uno quiere...
Lo racional es ser activos y hacer que sucedan las cosas que deseamos
en lugar de sentarnos a esperar que se den solas.
− Ira
La ira se refiere a una reacción inmovilizante que se experimenta
cuando nos falla algo que esperábamos. En general proviene del deseo
de que el mundo y la gente sean diferentes a lo que realmente son.
Cuando las circunstancias no se ajustan a las expectativas, se
experimentan sentimientos de frustración pero se puede aprender a
actuar de forma distinta cuando experimentamos estos sentimientos,
lo más probable es que se sigan sintiendo rabia, irritación y desilusión
pero la ira puede ser eliminada si se cambia el enfoque.
No es en absoluto conveniente mostrar una excitación emocional
inapropiada en el lugar de trabajo. Esa actitud refleja que no se
domina a sí mismo e impide un rendimiento máximo. Convierta la
activación airada en energía dirigiéndola hacia sus actividades
laborales.
La idea es aprender a pensar en forma diferente para que la ira no
nos paralice.
− Justicia
La decisión de luchar contra la injusticia puede ser muy admirable sin
duda, pero dejarse perturbar por ello es tan irracional como la culpa,
la búsqueda de aprobación o cualquiera de los otros comportamientos
auto frustrantes.
En lugar de perder el tiempo pensando que las cosas son injustas, se
puede decidir que es lo que realmente se quiere y ponerse a buscar
las maneras para lograrlo de forma independiente de lo que el resto
del mundo quiere o hace.
− Excesivo espíritu del deber
Este sentimiento se hace patente siempre que se actúa como
“debería hacerse” aunque se prefiera otra forma de
comportamiento. Ej.:"Debes ser amable, debes cooperar con las
tareas, debes estudiar aunque prefieras otra cosa, debes ser siempre
bueno/a, debes comportarte como todos, etc."
Nunca pueden ser nada que no se quiera ser todo el tiempo.
No por eso, tenemos que estar contra el mundo, es solo no imponernos
"deberías " que no queremos o que nos ponen tensos, que nos obligan a
cumplir siempre y si no lo hacemos también nos oprimen ya que nos lo
impusimos por el "debería".
Hacer lo que queremos es libertad, siempre y cuando no
atentemos contra la libertad del otro.
Por otra parte, la represión de las emociones de manera continuada tiene un
elevado coste físico y mental. Cuando la represión emocional se convierte
en algo crónico, puede llegar a producir bloqueos mentales, alteración de las
funciones intelectuales y obstaculizar la relación con los que nos rodean.
La falta de autocontrol emocional puede provocar problemas de dos maneras
diferentes:
a. Insuficiente control de las emociones
b. Exceso de control de éstas
Todo ser humano siente una cierta dosis de ira, furia, tristeza y ansiedad.
Igualmente es normal sentir alegría, amor o felicidad. Evidentemente, hay
ciertas emociones de carácter negativo que conviene dominar en
determinadas circunstancias, por ejemplo la incapacidad para controlar la
ira en el trabajo supone un grave riesgo. Sin embargo,, cuando el mal humor
nos acecha y amenaza con controlarnos, podemos admitir estas emociones
en nuestro fuero interno e intentar canalizarlas para mejorar la actividad.
Sin embargo, para algunos el autocontrol significa reprimir cualquier
sentimiento, mientras que para otras esta represión es una muestra de
frialdad o incapacidad para manifestar las emociones. Ahora bien, nos
guste o no todos experimentamos estas emociones pero hay que saber
expresarlas y tratarlas de forma adecuada.
El autocontrol emocional no es lo mismo que el exceso de control, la
extinción de todo sentimiento espontáneo tiene un coste físico y
emocional.
Las personas que contienen sus sentimientos, especialmente los que
consideran negativos, experimentan una elevación de su ritmo cardiaco,
síntoma inequívoco de hipertensión. Cuando la represión emocional adquiere
carácter crónico, puede llegar a bloquear el pensamiento, alterar las
funciones intelectuales y alterar las relaciones interpersonales. No es la
única causa pero es uno de los elementos que producen estrés.

 

 

Hemos aprendido desde pequeños que el sentimentalismo (así se ha llamado al hábito de sentir a flor de piel las emociones y a mostrar en público esa forma de interpretar las vivencias) era propio de personas débiles, inmaduras, con déficit de autocontrol. Además, se ha extendido en nuestro imaginario colectivo el lugar común, machista como pocos, de que las emociones o -más aún- el llanto, pertenecen al ámbito de lo femenino. Sin embargo, todo evoluciona y va ganando terreno la convicción de que vivir las emociones es un elemento insustituible en la maduración personal y en el desarrollo de la inteligencia.

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Sólo cuando entendemos nuestros sentimientos somos capaces de entender los de otras personas

Tenemos muy en cuenta nuestro espacio intelectual y no sólo le hemos dedicado tiempo y esfuerzo, sino que incluso la valoración que hacemos de una persona pasa, en buena medida, por sus conocimientos y habilidades intelectuales. Desde la educación, tanto reglada como no académica, se nos ha motivado para que saquemos el máximo partido a nuestros recursos intelectuales.

Nadie discute la necesidad de adquirir conocimientos técnicos y culturales para prepararnos (y reciclarnos) para la vida profesional, pero en una equivocada estrategia de prioridades olvidamos a veces la importancia de educarnos para la vida emocional. Aprender a vivir es aprender a observar, analizar, recabar y utilizar el saber que vamos acumulando con el paso del tiempo. Pero convertirnos en personas maduras, equilibradas, responsables y, por qué no decirlo, felices en la medida de lo posible, nos exige también saber distinguir, describir y atender los sentimientos. Y eso significa contextualizarlos, jerarquizarlos, interpretarlos y asumirlos. Porque cualquiera de nuestras reflexiones o actos en un momento determinado pueden verse "contaminados" por nuestro estado de ánimo e interferir negativamente en la resolución de un conflicto o en una decisión que tenemos que tomar.

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Una habilidad muy especial

Mimar nuestro momento emocional, aprender a expresar los sentimientos sin agresividad y sin culpabilizar a nadie, ponerles nombre, atenderlos y saber cómo descargarlos, es uno de los ejes de interpretación de lo que nos ocurre. Cada vez que dudamos ante una decisión, que nos proponemos comprender una situación, no hacemos estas operaciones como lo haría un ordenador o cualquier otro ingenio de inteligencia artificial, sino que ponemos en juego, traemos a colación, todo nuestro bagaje personal (incluyendo lo que nos ha podido pasar hace un rato o unas horas) y el pesado fardo de nuestra herencia cultural. De ahí que vivir nuestras emociones es una habilidad relacional que nos capacita como seres que se desarrollan en un contexto social. Sólo cuando conectamos con nuestros sentimientos, los atendemos y jerarquizamos, somos capaces de empatizar con los sentimientos y circunstancias de los demás. No es más inteligente quien obtiene mejores calificaciones en sus estudios, sino quien pone en práctica habilidades que le ayudan a vivir en armonía consigo mismo y con su entorno. La mayor parte de las habilidades para conseguir una vida satisfactoria son de carácter emocional, no intelectual. Los profesionales más brillantes no son los que tienen el mejor expediente académico, sino los que han sabido "buscarse la vida" y exprimir al máximo sus habilidades.

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Aprender a desarrollar la inteligencia emocional

Esta sociedad de las "buenas maneras" y el control social han hecho de nosotros auténticos robots de las apariencias. En la Universidad de Málaga los doctores Fernández Berrocal y Extremera han abordado la inteligencia emocional como la habilidad (esencial) de las personas para atender y percibir los sentimientos de forma apropiada y precisa, la capacidad para asimilarlos y comprenderlos adecuadamente y la destreza para regular y modificar nuestro estado de ánimo o el de los demás. En la inteligencia emocional se contemplan cuatro componentes:

  • Percepción y expresión emocional. Se trata de reconocer de manera consciente qué emociones tenemos, identificar qué sentimos y ser capaces de verbalizarlas. Una buena percepción significa saber interpretar nuestros sentimientos y vivirlos adecuadamente, lo que nos permitirá estar más preparados para controlarlos y no dejarnos arrastrar por los impulsos.
  • Facilitación emocional, o capacidad para producir sentimientos que acompañen nuestros pensamientos. Si las emociones se ponen al servicio del pensamiento nos ayudan a tomar mejor las decisiones y a razonar de forma más inteligente. El cómo nos sentimos va a influir decisivamente en nuestros pensamientos y en nuestra capacidad de deducción lógica.
  • Comprensión emocional. Hace referencia a entender lo que nos pasa a nivel emocional, integrarlo en nuestro pensamiento y ser conscientes de la complejidad de los cambios emocionales. Para entender los sentimientos de los demás, hay que entender los propios. Cuáles son nuestras necesidades y deseos, qué cosas, personas o situaciones nos causan determinados sentimientos, qué pensamientos generan las diversas emociones, cómo nos afectan y qué consecuencias y reacciones propician. Empatizar supone sintonizar, ponerse en el lugar del otro, ser consciente de sus sentimientos. Hay personas que no entienden a los demás no por falta de inteligencia, sino porque no han vivido experiencias emocionales o no han sabido gestionarlas. Quién no ha experimentado la ruptura de pareja o el sentimiento de orfandad por la pérdida de un ser querido, es difícil que se haga cargo de lo que sufren quienes pasan por esa situación. Incluso cuando se han vivido por experiencias de ese tipo, si no se ha hecho el esfuerzo de vivirlas de manera explícita aceptándolas e integrándolas, no estarán suficientemente capacitados para la comprensión emocional inteligente.
  • Regulación emocional, o capacidad para dirigir y manejar las emociones de una forma eficaz. Es la capacidad de evitar respuestas incontroladas en situaciones de ira, provocación o miedo. Supone también percibir nuestro estado afectivo sin dejarnos arrollar por él, de manera que no obstaculice nuestra forma de razonar y podamos tomar decisiones de acuerdo con nuestros valores y las normas sociales y culturales.

Estas cuatro habilidades están ligadas entre sí en la medida en que es necesario ser conscientes de cuáles son nuestras emociones si queremos vivirlas adecuadamente.

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Gestionar adecuadamente las emociones supone:

  • No someterlas a censura. Las emociones no son buenas o malas, salvo cuando por nuestra falta de habilidad hacen daño, a nosotros o a otras personas.
  • Permanecer atentos a las señales emocionales, tanto a nivel físico como psicológico.
  • Investigar cuáles son las situaciones que desencadenan esas emociones.
  • Designar de forma concreta los sentimientos y señalar las sensaciones que se reflejan en nuestro cuerpo, en lugar de hacer una descripción general ("estoy triste", "estoy nervioso"...).
  • Descargar físicamente el malestar o la ansiedad que nos generan las emociones.
  • Expresar nuestros sentimientos a la persona que los ha desencadenado, sin acusaciones ni malas formas y detallando qué situación o conducta es la que nos ha afectado.
  • No esperar a que se dé la situación idónea para comunicar los sentimientos, tomar la iniciativa

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Nadie discute la necesidad de adquirir conocimientos técnicos y culturales para prepararnos (y reciclarnos) para la vida profesional, pero en una equivocada estrategia de prioridades olvidamos a veces la importancia de educarnos para la vida emocional. Aprender a vivir es aprender a observar, analizar, recabar y utilizar el saber que vamos acumulando con el paso del tiempo. Pero convertirnos en personas maduras, equilibradas, responsables y, por qué no decirlo, felices en la medida de lo posible, nos exige también saber distinguir, describir y atender los sentimientos. Y eso significa contextualizarlos, jerarquizarlos, interpretarlos y asumirlos. Porque cualquiera de nuestras reflexiones o actos en un momento determinado pueden verse "contaminados" por nuestro estado de ánimo e interferir negativamente en la resolución de un conflicto o en una decisión que tenemos que tomar.

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  • Percepción y expresión emocional. Se trata de reconocer de manera consciente qué emociones tenemos, identificar qué sentimos y ser capaces de verbalizarlas. Una buena percepción significa saber interpretar nuestros sentimientos y vivirlos adecuadamente, lo que nos permitirá estar más preparados para controlarlos y no dejarnos arrastrar por los impulsos.
  • Facilitación emocional, o capacidad para producir sentimientos que acompañen nuestros pensamientos. Si las emociones se ponen al servicio del pensamiento nos ayudan a tomar mejor las decisiones y a razonar de forma más inteligente. El cómo nos sentimos va a influir decisivamente en nuestros pensamientos y en nuestra capacidad de deducción lógica.
  • Comprensión emocional. Hace referencia a entender lo que nos pasa a nivel emocional, integrarlo en nuestro pensamiento y ser conscientes de la complejidad de los cambios emocionales. Para entender los sentimientos de los demás, hay que entender los propios. Cuáles son nuestras necesidades y deseos, qué cosas, personas o situaciones nos causan determinados sentimientos, qué pensamientos generan las diversas emociones, cómo nos afectan y qué consecuencias y reacciones propician. Empatizar supone sintonizar, ponerse en el lugar del otro, ser consciente de sus sentimientos. Hay personas que no entienden a los demás no por falta de inteligencia, sino porque no han vivido experiencias emocionales o no han sabido gestionarlas. Quién no ha experimentado la ruptura de pareja o el sentimiento de orfandad por la pérdida de un ser querido, es difícil que se haga cargo de lo que sufren quienes pasan por esa situación. Incluso cuando se han vivido por experiencias de ese tipo, si no se ha hecho el esfuerzo de vivirlas de manera explícita aceptándolas e integrándolas, no estarán suficientemente capacitados para la comprensión emocional inteligente.
  • Regulación emocional, o capacidad para dirigir y manejar las emociones de una forma eficaz. Es la capacidad de evitar respuestas incontroladas en situaciones de ira, provocación o miedo. Supone también percibir nuestro estado afectivo sin dejarnos arrollar por él, de manera que no obstaculice nuestra forma de razonar y podamos tomar decisiones de acuerdo con nuestros valores y las normas sociales y culturales.

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  • Investigar cuáles son las situaciones que desencadenan esas emociones.
  • Designar de forma concreta los sentimientos y señalar las sensaciones que se reflejan en nuestro cuerpo, en lugar de hacer una descripción general ("estoy triste", "estoy nervioso"...).
  • Descargar físicamente el malestar o la ansiedad que nos generan las emociones.
  • Expresar nuestros sentimientos a la persona que los ha desencadenado, sin acusaciones ni malas formas y detallando qué situación o conducta es la que nos ha afectado.
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