Sin ánimo de ser negativista, iniciemos con la presentación de un problema que además de actual, nos es propio y, por tanto, cada vez más inquietante: Más del 40% de los jóvenes que cursan los primeros semestres en las universidades, exponen que “escogieron mal la carrera”; de ellos el 15% aproximadamente desertan al final del primer año.
Según los expertos, los factores ligados a este hecho, están relacionados directamente con el proceso que debió preceder el inicio de la universidad, y que por múltiples razones, no se llevó a cabo con la sistematicidad necesaria, ni la experticia y el tiempo esperados para obtener éxito al reducir la deserción e insatisfacción personal que redunda en la profesional: La Orientación Vocacional.
La Orientación Vocacional, aunque no es un concepto unívoco, puede ser entendida como el proceso de ayuda en la elección de una profesión, la preparación para ella, el acceso al ejercicio de la misma y la evolución y progreso posterior.
La Orientación Vocacional pretende ayudar a que la persona elabore un concepto adecuado de sí mismo y de su papel en el trabajo. No es un proceso puntual, sino continuo en el tiempo, que persigue como objetivo el desarrollo de la persona.
Bajo esta perspectiva, la Orientación Vocacional es un proceso complejo y continuo, que tiene como objetivo despertar intereses vocacionales a través del conocimiento de sí mismo, ajustar dichos intereses a la competencia laboral del sujeto y evaluarlas en relación a las necesidades del mercado de trabajo, es decir, ubicarse luego en el contexto social-laboral.
Si esta exposición conceptual no es suficiente para ver la relación directa entre la Orientación Vocacional y la Inteligencia Emocional, es porque hemos perdido el camino original, esperando que poco pero de calidad, fuese suficiente para que nuestros adolescentes alcanzasen la meta: ser profesionales satisfechos y exitosos.
Sin embargo, debemos acercarnos más a nuestra realidad ¿en verdad a los adolescentes les interesa verse inmersos en un programa vocacional? Investigaciones recientes en el área concluyen que a pesar del proceso de Orientación Vocacional, la elección vocacional definitiva depende, básicamente, de los siguientes elementos:
• que la carrera sea socialmente aceptable;
• que sea económicamente rentable;
• que, además, sea fácil y rápido el ingreso al campo laboral, sin tener en cuenta la vocación; y,
• que si se relaciona con las materias más fáciles o las que más le gustaron en bachillerato, mejor.
Entonces, algo está sucediendo que se escapa de nuestras buenas intenciones ¿Estamos dejando al margen la formación personal como parte esencial de la orientación vocacional? O ¿estamos actuando como si se tratase de dos procesos diferentes y paralelos?.
El trabajo individual para el autoconocimiento, es la fuente inagotable de recursos para la superación, personal, familiar, académica y, por supuesto profesional. El adolescente tiene que conocer sus intereses, sus aptitudes, las expectativas que tiene frente al futuro, sus temores, sus angustias; este conocimiento permite definir con mayor claridad quién soy y quién quiero ser. Sin este primer trabajo individual, la segunda instancia del proceso cae en saco roto: las oportunidades que le presenta la educación superior y el conocimiento de la realidad laboral y el medio en el que está inmerso. Generalmente, esta segunda instancia es a la que mayor peso se le da durante el proceso puntual de Orientación Vocacional, sin tomar en consideración que su éxito depende del autoconocimiento y madurez emocional del adolescente en cuestión.
No obstante, los números indican que son pocos los profesionales de la orientación, que tienen la posibilidad real de abarcar la totalidad del proceso, en especial cuando es tratado como algo puntual durante el Ciclo Diversificado. De allí la necesidad de recurrir a otras tendencias, tecnologías, estrategias, metodologías, propuestas, que nos permitan acercarnos más al deber ser de la Orientación Vocacional, incorporando en nuestro quehacer la “Inteligencia Emocional” como arte y parte del proceso para la elección de una carrera.
El filósofo Pascal escribió en cierta ocasión, hace más de 300 años, que "nada es más poderoso que una idea cuyo tiempo ha llegado". Pues bien, la Inteligencia Emocional es una idea cuyo tiempo ha llegado. La publicación del libro de Daniel Goleman “Inteligencia Emocional”, se ha convertido en un gran éxito editorial, en un fenómeno de masas. Y sin embargo, la obra de Goleman no dice nada nuevo: básicamente, que la inteligencia medida tradicionalmente (a través del cociente intelectual) no se correlaciona con el éxito profesional. Algo ya comentado por el periodista Walter Lipman en los años 20 y por David McClelland en su famoso artículo de 1973, “Testing for Competence Rather than Inteligence”.
El modelo que nos presenta Goleman fue propuesto por primera vez en 1990 por Peter Salovey, de la Universidad de Yale, y John Mayer, de la Universidad de New Hamsphire, en un libro que no alcanzó tanto éxito como el de Goleman. Salovey y Mayer consideran que hay cinco dominios de la inteligencia emocional: autoconfianza, autocontrol, persistencia, empatía y dominio de las relaciones. En “Competence at Work”, Lyle Spencer, siguiendo la línea de McClelland, formaba cinco competencias muy similares en su diccionario: autocontrol, autoconfianza, orientación al logro, comprensión interpersonal e impacto e influencia. Y, lo que es más interesante todavía, las tres que suponen gestión de uno mismo (Gardner lo llamaría inteligencia interpersonal), esto es, autoconfianza, autocontrol y perseverancia, están ligadas a la motivación por el logro; las dos restantes, empatía y capacidad de ilusionar a otros (inteligencia interpersonal, en la terminología de Gardner), son competencias ligadas a los motivos de afiliación y poder social, respectivamente. ¿Acaso no son estas competencias básicas para una efectiva elección vocacional? ¿Qué hacemos los orientadores para promoverlas?
La Inteligencia Emocional es una forma de interactuar con un mundo que tiene muy en cuenta los sentimientos y engloba habilidades como el control de los impulsos, la autoconciencia, la motivación, el entusiasmo, la perseverancia, la empatía, la agilidad mental, etc. Ellas configuran rasgos de carácter como la autodisciplina, la compasión o el altruismo, que resultan indispensables para una efectiva y creativa adaptación social. Este concepto es cada vez más valorado en el mundo entero, con una marcada influencia en el área laboral.
Esta capacidad de vivir y manejar las emociones se aprende desde la infancia. Por ello, la familia es la escuela en la que el niño aprende, para bien o para mal, a desarrollar su Inteligencia Emocional. No obstante, los padres no siempre son conscientes de la trascendencia que reviste atender, integrar y conducir las emociones infantiles. Los hijos de familias en que se han cultivado bien las emociones, son más sociables y mejores estudiantes, aunque su "otra" inteligencia, la lógica, no sea brillante. Si bien es cierto que la familia y la escuela son fundamentales en el desarrollo de la Inteligencia Emocional, nunca es tarde para efectuar correcciones y adquirir nuevas habilidades en este terreno. Nos jugamos mucho en ello y, por muy adolescentes, jóvenes o adultos que seamos, siempre podemos desarrollar un dominio más eficaz de las emociones. El éxito en la toma de decisiones depende mucho de la madurez y estabilidad emocional de quien decide.
Con la evolución de esta disciplina se han identificado varios tipos de Inteligencia Emocional. La Inteligencia Intrapersonal, considerada como la capacidad que tiene el individuo de poder entender e identificar sus emociones, además de saber cómo se mueve subjetivamente en torno a ellas. Una vez que la persona conoce su dimensión emocional, comienza a tener mejor y mayor control sobre su vida, lo que redunda en mayor estabilidad y poder de decisión.
La otra dimensión de funcionamiento emocional es a nivel Interpersonal. Se refiere a la capacidad que tiene el individuo de entender las emociones de las otras personas y actuar de manera cónsona a ellas. El individuo se convierte en un potenciador de recursos intelectuales, ya que al poder controlar su funcionamiento emocional, logra importantes valores agregados para su desempeño a nivel de toma de decisiones y resolución de problemas, entre otras cosas.
En este sentido, los cinco componentes del coeficiente emocional coinciden con ello, tres son capacidades relativas a la persona (autoconocimiento, autocontrol y automotivación) o lo que llamamos Inteligencia Intrapersonal; y los otros dos, relativos a las otras personas (conocer las emociones de los demás y asertividad), que denominamos Inteligencia Interpersonal.
La autoconciencia, consiste en conocer las propias emociones. El autocontrol, es la capacidad de cambiar o frenar emociones para evitar que las situaciones de la vida sean un problema; y la automotivación, que es la capacidad individual de estimularse ante situaciones adversas.
Los dos componentes restantes del coeficiente emocional que se refieren a la capacidad de conocer a las otras personas (inteligencia interpersonal), se relacionan con las destrezas para intuir la condición emocional de los demás, las cuales proporcionan capacidades y habilidades muy útiles a la hora de interactuar con los demás; y por último, se encuentra la asertividad, que es la capacidad de ser oportuno ante las situaciones, bien sea con acciones o palabras.
Finalmente, la última clave del proceso entra en juego: La toma de decisiones. A lo largo de este planteamiento he identificado los elementos esenciales del proceso de Orientación Vocacional: el autoconocimiento, que de ahora en adelante llamaremos Inteligencia Emocional; la información vocacional-profesional, la que como segunda instancia es la que mayor peso tiene en la Orientación Vocacional practicada regularmente en bachillerato; y, no menos importante, la resultante fundamental de las dos anteriores la toma de decisiones acertada y satisfactoria.
Las decisiones, entendidas como elección de un curso de acción determinado son importantes porque de ellas depende el éxito de una empresa, de una carrera profesional, el destino de una persona, de un país, etc.
Existe al menos una teoría clásica optimizante en la toma de decisiones, en la que no ahondaremos seguros de que el orientador maneja tal información y buscar ponerla en práctica durante el proceso de Orientación Vocacional, pero sobre la cual enumeraremos los pasos naturales con los cuales estableceremos una relación entre los tres elementos esenciales de la Orientación Vocacional ya mencionados. Estos pasos según Tarter (1998), son: 1)Identificar el problema, es decir, determinar las discrepancias entre la situación actual y los resultados deseados. 2) Diagnosticar el problema o reunir y analizar la información que explique la naturaleza del problema. 3) Definir las alternativas, esto es, desarrollar todas las soluciones que son potenciales soluciones. 4) Examinar las consecuencias, ¿Qué pasaría si...?, anticipar los probables efectos de cada alternativa. 5) Tomar la decisión. Evaluar y elegir la mejor alternativa, aquella que maximice el logro de las metas y los objetivos. Y, 6) Hacerlo, es decir, ejecutar o poner en práctica la decisión.
De acuerdo con el planteamiento anterior, los dos primeros pasos dentro del proceso de toma de decisiones, involucran necesariamente la primera instancia del proceso de Orientación Vocacional, o como hemos convenido en llamarlo, la identificación de mis potencialidades y debilidades usando la Inteligencia Emocional como base esencial para el autoconocimiento. El estimular los cinco elementos del cociente intelectual emocional, son la clave para trabajar y entrenar a los alumnos en esta instancia. Recurrir a las pruebas psicológicas estandarizadas, puede ser un recurso para ayudar al alumno a evaluar sus aptitudes y sopesar sus intereses; todo ello será efectivo, si no olvidamos recurrir a la reflexión, a la transferencia de esa información a la situación real del alumno, poniendo en perspectiva estos resultados con la información que ya tiene sobre quién es como persona y qué quiere, en relación con sí mismo y con quienes lo rodean. Las pruebas psicológicas no son malas en sí mismas, son inadecuadas en la medida que no hacemos uso apropiado de los resultados que arrojan.
El tercer paso, o definición de alternativas, se corresponde con el segundo elemento o segunda instancia del proceso vocacional: la búsqueda de alternativas u oportunidades de estudio a nivel superior. Esta instancia, como sabemos, debe incluir todo el caudal de información vocacional-profesional-laboral disponible, y comenzar a descartar aquellas opciones que por su naturaleza no compaginen con los resultados de la primera instancia.
El cuarto paso natural para la toma de decisiones, examinar las consecuencias, nos pone nuevamente frente al problema del autoconocimiento, por lo tanto la Inteligencia Emocional vuelve aquí a tener un papel preponderante. La confianza en mí y mis potencialidades, el autocontrol para no tomar decisiones guiadas por el impulso y la primera impresión; así como la capacidad de persistir a pesar de no encontrar respuestas rápidas y apropiadas, son las competencias que tendré que poner a prueba durante esta fase del proceso.
Este cuarto paso me lleva en forma gradual al quinto, seleccionar las mejores alternativas, para luego, en consecuencia, poner manos a la obra: prepararme para las pruebas de admisión, revisar y actualizar documentos, realizar las respectivas pre-inscripciones, etc. Es decir, afrontar la realidad y ejecutar las acciones que me permitan alcanzar el éxito en lo que me propuse. Éxito que sin duda será el resultado efectivo del largo camino recorrido.
Entre los objetivos que como Orientador debo plantearme para desarrollar destrezas emocionales que permitan optimizar la inteligencia emocional de los alumnos (nótese que hablo de alumnos, para no circunscribir el proceso a la adolescencia, pues es ideal iniciarlo mucho antes), encontramos:
Incrementar la Confianza en sí mismo. La sensación de controlar y dominar el propio cuerpo, la propia conducta y el propio mundo. La sensación de que tiene muchas posibilidades de éxito en lo que emprenda y que los adultos pueden ayudarle en esa tarea.
Incentivar la Curiosidad. Instigar a seguir en la búsqueda aunque se tenga mucha información (personal o profesional). La sensación de que el hecho de descubrir algo es positivo y placentero.
Promover la Intencionalidad. Las cosas no ocurren porque lo deseamos, ocurren porque hacemos algo para alcanzarlas. El deseo y la capacidad de lograr algo y de actuar en consecuencia. Esta habilidad está ligada a la sensación y a la capacidad de sentirse competente, de ser eficaz, eficiente y efectivo.
Mejorar el Autocontrol. La capacidad de modular y controlar las propias acciones en una forma apropiada a la edad; la sensación de control interno. Soy dueño de mi vida.
Estimular la reflexión a través de la Relación. La capacidad de relacionarse con los demás, una capacidad que se basa en el hecho de comprender y de ser comprendido, será un elemento útil para confrontar aprendizajes personales.
Desarrollar la capacidad de comunicar. El deseo y la capacidad de intercambiar verbalmente ideas, sentimientos y conceptos con los demás. Esta capacidad exige la confianza en los demás y el placer de relacionarse con ellos. Ser empático y preciso son sus ejes centrales.
Promover la Cooperación. La capacidad de armonizar las propias necesidades con las de los demás en las actividades grupales. Hacer del hecho vocacional un problema común, que depende del trabajo en equipo aunque la decisión final sea individual. Compartir información, ideas, ofrecer feedback al comportamiento de otro, puede colocarnos en una situación de comprensión de la realidad más favorables, pues incluye más puntos de vista.
Finalmente, en vista que la Inteligencia Emocional puede cultivarse y que está plenamente identificada con la Orientación Vocacional, no olvide tomar en cuenta los siguientes factores en su trabajo cotidiano con los orientados, tanto en forma individual como un grupos:
• Trabaje la empatía, abrirse a los demás. Observe y escuche. Fíjese en sus gestos, en su mirada, en su forma de hablar. Aprenda a sentir lo que ellos sienten.
• Cultive el autocontrol, sin suprimir las emociones. Estimule la observación y análisis, hasta qué punto esos sentimientos son eficaces para algo. O si hacen daño.
• Ofrezca oportunidades para que analicen sus tensiones e instintos. Sin reprimirse, ponga orden y canalícelos.
• Rebobine. Después de una discusión o de un día triste, pregúnteles por qué. Si su reacción fue proporcionada, si merecía la pena haberse comportado así, ...
• Busque oportunidades para reír. La risa y el buen humor nos hacen más felices. Y, además, parece que alargan la vida.
La pregunta que rompe paradigmas ¿qué podrían hacer en su escuela, que si lo hiciera hoy, cambiaría dramáticamente el proceso de Orientación Vocacional hacia un proceso asertivo y favorecedor de aprendizajes? Esta es una pregunta, que cada cual debe responder, en función de su vivencia y de su práctica en su institución, nos mueve a la frontera de nuestro propio paradigma del ser orientador, qué es lo que actualmente no hago, que si lo hiciera, mejoraría tremendamente mi labor; el contestar a esta pregunta, hacerlo de forma honesta, y escribir el compromiso que como orientadores tenemos hacia el cambio que la respuesta suponga, es un ejercicio de inteligencia emocional y racional; el hacerlo, un reto, y el caminar en el compromiso, una realidad posible en beneficio de todos.
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
Covey S. R. (1995). Los siete hábitos de las personas altamente efectivas. Mexico: Paidós.
Goleman, D. (1996). La Inteligencia Emocional. Buenos Aires: Javier Vergara.
Lane, H. y Beauchamp, M. (1985). Comprensión del Desarrollo Humano. México: Pax.
Meier de Ramírez, A. (2004). Reflexiones para una decisión vocacional. I Encuentro de Orientadores “Papel del orientador en las políticas de admisión a las instituciones de educación superior”, Universidad Central de Venezuela, Caracas 17-02-04.
Reig Pintado, D. (1994). Reto al cambio. México: Mc Graw Hill.
Rodríguez E., M. y Márquez A., M. (1988). Manejo de problemas y toma de decisiones, México: Manual Moderno.
Shapiro, L. E. (1997). La Inteligencia Emocional de los Niños. Buenos Aires: Javier Vergara.
Steiner, C. (1997). La Educación Emocional. Buenos Aires: Javier Vergara.
Tharter, J. C. (1998). Toward a contingency of decisión making, in Journal of Educational Administration, Vol. 36, Issue 3.
Uzcátegui, L. J. (1998). Emociones Inteligentes: El Manual de la Inteligencia Emocional. Caracas: LithoPolar.
|
1. LAS EMOCIONES EN LA INFANCIA (cómo se desarrollan)
Grandes filósofos, entre ellos Platón, ya hablaban de la Educación como medio cuyo fin era proporcionar al cuerpo y al alma toda la perfección y belleza de que una y otra son susceptibles. Así, desde este punto de vista, podríamos definir la Educación como la suma total de procesos por medio de los cuales un grupo social transmite sus capacidades y poderes reorganizando y reconstruyendo las emociones para adaptar al individuo a las tareas que desempeñará en el proceso psicológico a lo largo de su vida (desde la infancia hasta la senectud).
La Inteligencia Emocional, como toda conducta, es transmitida de padres a niños, sobre todo a partir de los modelos que el niño se crea. Tras diversos estudios se ha comprobado que los niños son capaces de captar los estados de ánimo de los adultos (en uno de estos se descubrió que los bebés son capaces de experimentar una clase de angustia empática, incluso antes de ser totalmente conscientes de su existencia. Goleman, 1996).
El conocimiento afectivo está muy relacionado con la madurez general, autonomía y la competencia social del niño.
2. LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL CONTEXTO FAMILIAR
La personalidad se desarrolla a raíz del proceso de socialización, en la que el niño asimila las actitudes, valores y costumbres de la sociedad. Y serán los padres los encargados principalmente de contribuir en esta labor, a través de su amor y cuidados, de la figura de identificación que son para los niños (son agentes activos de socialización). Es decir, la vida familiar será la primera escuela de aprendizaje emocional.
Por otro lado, también van a influir en el mayor número de experiencias del niño, repercutiendo éstas en el desarrollo de su personalidad. De esta forma, al controlar la mayor parte de las experiencias de los niños, los padres contribuyen al desarrollo de la cognición social.
Partiendo del hecho de que vosotros, los padres, sois el principal modelo de imitación de vuestros hijos, lo ideal sería que vosotros, como padres, empecéis a entrenar y ejercitar vuestra Inteligencia Emocional para que vuestros hijos puedan adquirir esos hábitos.
La regla imperante en este sentido, tal y como dijeran M. J. Elías, S. B. Tobías y B. S. Friedlander (2000), es la siguiente: “Trate a sus hijos como le gustaría que les tratasen los demás”. Si analizamos esta regla podemos obtener 5 principios:
- Sea consciente de sus propios sentimientos y de los de los demás.
- Muestre empatía y comprenda los puntos de vista de los demás
- Haga frente de forma positiva a los impulsos emocionales y de conducta y regúlelos.
- Plantéese objetivos positivos y trace planes para alcanzarlos
- Utilice las dotes sociales positivas a la hora de manejar sus relaciones
Observando estos principios, nos damos cuenta que nos encontramos delante de lo que son los cinco componentes básicos de la Inteligencia Emocional.
- Autoconocimiento emocional.
- Reconocimiento de emociones ajenas
- Autocontrol emocional.
- Automotivación
- Relaciones interpersonales.
Para poder resolver cualquier situación problemática de ámbito familiar, sería aconsejable contestar una serie de preguntas antes de actuar:
1- ¿Qué siente usted en esa determinada situación? ¿Qué sienten sus hijos?
2- ¿Cómo interpreta usted lo que está pasando? ¿Cómo cree que lo interpretan sus hijos? ¿Cómo se sentiría usted si estuviera en su lugar?
3- ¿Cuál es la mejor manera de hacer frente a esto? ¿Cómo lo ha hecho en otras ocasiones? ¿Ha funcionado realmente?
4- ¿Cómo vamos a llevar esto a cabo? ¿Qué es preciso que hagamos? ¿Cómo debemos abordar a los demás? ¿Estamos preparados para hacer esto?
5- ¿Contamos con las aptitudes necesarias? ¿Qué otras formas pueden existir de resolver el problema?
6- Si nuestro plan se topa con imprevistos, ¿qué haremos? ¿Qué obstáculos podemos prever?
7- ¿Cuándo podemos reunirnos para hablar del asunto, compartir ideas y sentimientos y ponernos en marcha para obtener el éxito como familia? |
Por otra parte, un estudió demostró los tres estilos de comportamiento más inadecuados por parte de sus padres son:
- Ignorar completamente los sentimientos de su hijo, pensando que los problemas de sus hijos son triviales y absurdos
- El estilo laissez-faire. En este caso, los padres sí se dan cuenta de los sentimientos de sus hijos, pero no le dan soluciones emocionales alternativas, y piensan que cualquier forma de manejar esas emociones “inadecuadas”, es correcta (por ejemplo, pegándoles)
- Menospreciar o no respetar los sentimientos del niño (por ejemplo, prohibiéndole al niño que se enoje, ser severos si se irritan...)
3. LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN LA ESCUELA (consejos)
Si nos detenemos en el tipo de educación implantada hace unos años, podremos observar cómo los profesores preferían a los niños conformistas, que conseguían buenas notas y exigían poco ( de esta forma se estaba valorando más a los aprendices receptivos y los discípulos más que a los aprendices activos).
De este modo, no era raro encontrarse con la profecía autocumplida en casos en los que el profesor espera que el alumno saque buenas notas y éste las consigue, quizá no tanto por el mérito del alumno en sí sino como por el trato que el profesor le da.
También se encontraban casos de desesperanza aprendida, producida por el modo en que los profesores respondían a los fracasos de sus alumnos.
Pero hemos evolucionado, y para seguir haciéndolo tendremos que asumir que la escuela es uno de los medios más importantes a través del cual el niño “aprenderá” y se verá influenciado (influenciando en todos los factores que conforman su personalidad).
Por tanto, en la escuela se debe plantear enseñar a los alumnos a ser emocionalmente más inteligentes, dotándoles de estrategias y habilidades emocionales básicas que les protejan de los factores de riesgo o, al menos, que palien sus efectos negativos.
Goleman, 1995, ha llamado a esta educación de las emociones alfabetización emocional (también, escolarización emocional), y según él, lo que se pretende con ésta es enseñar a los alumnos a modular su emocionalidad desarrollando su Inteligencia Emocional.
Los objetivos que se persiguen con la implantación de la Inteligencia Emocional en la escuela, serían los siguientes:
1. Detectar casos de pobre desempeño en el área emocional.
2. Conocer cuáles son las emociones y reconocerlas en los demás
3. Clasificarlas: sentimientos, estados de ánimo...
4. Modular y gestionar la emocionalidad.
5. Desarrollar la tolerancia a las frustraciones diarias.
6. prevenir el consumo de drogas y otras conductas de riesgo.
7. Desarrollar la resiliencia
8. Adoptar una actitud positiva ante la vida.
9. Prevenir conflictos interpersonales
10. Mejorar la calidad de vida escolar.
Para conseguir esto se hace necesaria la figura de un nuevo tutor (con un perfil distinto al que estamos acostumbrados a ver normalmente) que aborde el proceso de manera eficaz para sí y para sus alumnos. Para ello es necesario que él mismo se convierta en modelo de equilibrio de afrontamiento emocional, de habilidades empáticas y de resolución serena, reflexiva y justa de los conflictos interpersonales, como fuente de aprendizaje vicario para sus alumnos.
Este nuevo tutor debe saber transmitir modelos de afrontamiento emocional adecuados a las diferentes interacciones que los alumnos tienen entre sí (siendo fruto de modelos de imitación, por aprendizaje vicario, para los niños). Por tanto, no buscamos sólo a un profesor que tenga unos conocimientos óptimos de la materia a impartir, sino que además sea capaz de transmitir una serie de valores a sus alumnos, desarrollando una nueva competencia profesional. Estas son algunas de las funciones que tendrá que desarrollar el nuevo tutor:
- Percepción de necesidades, motivaciones, intereses y objetivos de los alumnos.
- La ayuda a los alumnos a establecerse objetivos personales.
- La facilitación de los procesos de toma de decisiones y responsabilidad personal.
- La orientación personal al alumno.
- El establecimiento de un clima emocional positivo, ofreciendo apoyo personal y social para aumentar la autoconfianza de los alumnos.
La escolarización de las emociones se llevara a cabo analizando las situaciones conflictivas y problemas cotidianos que acontecen en el contexto escolar que generan tensión (como marco de referencia para el profesor, y en base a las cuales poder trabajar las distintas competencias de la inteligencia emocional.
Por último, vamos a puntualizar que para que se produzca un elevado rendimiento escolar, el niño debe contar con 7 factores importantes:
- Confianza en sí mismo y en sus capacidades
- Curiosidad por descubrir
- Intencionalidad, ligado a la sensación de sentirse capaz y eficaz.
- Autocontrol
- Relación con el grupo de iguales
- Capacidad de comunicar
- Cooperar con los demás
Y para que el niño se valga de estas capacidades una vez se escolarice, no hay que poner en duda que dependerá mucho del cuidado que haya recibido por sus padres.
De este modo, debemos resaltar que para una educación emocionalmente inteligente, lo primero será que los padres de los futuros alumnos proporcionen ese ejemplo de Inteligencia Emocional a sus niños, para que una vez que éstos comiencen su educación reglada, ya estén provistos de un amplio repertorio de esas capacidades emocionalmente inteligentes.
BIBLIOGRAFÍA
- Elias, M.J., Tobias, S.E., y Friedlander, B.S. (2000). Educar con Inteligencia Emocional. Barcelona: Plaza & Janes.
- Goleman, D. (1996). Inteligencia Emocional. Barcelona: Kairós.
- Hoffman, L., Paris, S. Y Hall, E. (1995). Psicología del desarrollo hoy. Madrid: Mac Graw-Hill
- Vallés, A. y Vallés, C. (2003). Psicopedagogía de la Inteligencia Emocional. Valencia: Promolibro. |